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La abuelita Mariquita. Tema escrito por Guilver Salazar

004D2GP1_1ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA

La abuelita Mariquita. Tema escrito por Guilver Salazar

Hace unas dos décadas vivió en la costa sur de Guatemala una señora de nombre María Quintana, a quien todos llamaban Mariquita. A pesar de ser una mujer viuda, pues su esposo había fallecido a los cuarenta años de edad, la señora supo darse a respetar e imponer su voluntad, especialmente ante los trabajadores de su hacienda. Todos aceptaban sus órdenes con respeto, y las ejecutaban con prontitud. Siempre hablaba con energía e imposición.

Después de la muerte de su esposo, sus dos hijos, una hembra y un varón, decidieron casarse y hacer su vida lejos de doña Mariquita. Ellos eran de aquellas personas que creían que no era conveniente vivir en casa de la suegra, y de esa cuenta, aunque tuvieran grandes dificultades económicas, preferían molestar a un extraño antes que contarle sus penas a su madre.

Poco a poco, conforme pasó el tiempo, doña Mariquita fue sintiendo que cada día se alejaba más de su familia, por lo que en uno de esos momentos de tristeza y soledad, pidió a uno de los trabajadores de la hacienda que fuera en busca de su nieto Nicolás, el hijo único de su hija María, y que le dijera que su abuelita necesitaba verlo.

El trabajador pasó varios días buscándolo hasta que al fin, después de tanto preguntar, en un barrio bastante poblado, logró dar con el nieto de la hacendada. Luego vino la parte más difícil: convencer al muchacho que fuera a visitar a su abuela, sobre todo porque Nicolás conocía a su abuela solamente en fotografía, y por las referencias que las personas del pueblo daban sobre ella.

Finalmente, el mozo logró convencer al joven, quien para ese momento contaba con veintiún años de edad. Y como ya era todo un hombre, su madre no se opuso a que visitara a su abuela.

Esa tarde, cuando Nicolás llegó a la hacienda, doña Mariquita estaba sentada en una poltrona de cuero de venado, justo bajo el quicio de la puerta de entrada a su vivienda. Cuando lo vio llegar, buscó el apoyo de un bordón para ponerse de pie, al tiempo que extendía los brazos para recibir de manera afectuosa a su nieto. El joven, un tanto nervioso, correspondió al abrazo de su abuela, quien de inmediato le invitó a pasar a la sala.

La plática entre abuela y nieto se extendió por varias horas, hasta que finalmente doña Mariquita logró convencer a Nicolás de que se quedara a vivir en la hacienda, prometiéndole convertirlo en heredero de todos sus bienes. Como Nicolás era soltero y sin compromiso, terminó aceptando, por lo que se retiró de la hacienda para ir a recoger sus pertenencias y regresar al día siguiente a instalarse en la casa de la abuela.

Doña Mariquita siempre trataba de complacer en todo a su nieto, a pesar de que le molestaba saber que el muchacho había caído en las garras del alcohol. Esa situación, permitió que Nicolás empezara a vender parcelas de terreno pertenecientes a la hacienda de su abuela. Y como la señora ya andaba por los ochenta años, había perdido totalmente el control de todos sus bienes. A parte de ello, Nicolás le vivía prestando dinero a su abuela, y aunque ésta sabía que por su vicio no le pagaría absolutamente nada, siempre terminaba complaciéndolo.

Varios años después, cuando doña Mariquita estaba llegando a los noventa años, la edad empezó a pasarle factura, al punto que cayó en cama, perdiendo todo el deseo de vivir. Ya cuando estaba en sus últimos días, sus dos hijos y el resto de nietos se acercaron para auxiliarle y verle morir. Pero ella no tenía más ojos que para Nicolás. Y fue en ese momento en que empezó a vociferar con gran dificultad:

̶ Nicolás…, Nicolás…, el pisto.

Su nieto, al escuchar aquel clamor, se imaginó que su abuela le estaba reclamando el pisto que durante todo ese tiempo le había dado, por lo que, tratando de que el resto de la familia no se diera cuenta, dijo con voz fuerte:

̶ Un Cristo…, sí un Cristo quiere que le traigan la abuelita Mariquita.

La madre de Nicolás fue corriendo al pueblo, y regresó de inmediato a la hacienda llevando consigo el Cristo, que supuestamente deseaba doña Mariquita. Sin embargo, la señora volvió a hablarle a Nicolás y a mencionar el pisto, sólo que esta vez señalaba hacia una esquina de la casa. El nieto, tratando siempre de que nadie entendiera lo que decía la abuela, les dijo a sus familiares que la abuelita quería otro Cristo y que se lo colocaran en la esquina de la casa. Finalmente, cuando doña Mariquita murió, ya había en el cuarto de la difunta como cinco Cristos, colocados en diferentes puntos.

Pasó el tiempo, y Nicolás se vio obligado a vender la hacienda a uno de los mozos, a quien también le debía una buena suma de dinero, que le había pedido prestada cuando andaba en sus borracheras. Y resultó que este mozo, decidió botar la habitación en donde doña Mariquita había pasado sus últimos días, para ampliar un poco más la sala, llevándose tremenda sorpresa al encontrar, justamente en la esquina en donde Nicolás había colocado un Cristo, una gran cantidad de dinero escondida en una caja de metal.

La abuelita Mariquita quiso advertirle a su nieto, que en ese lugar estaba el pisto que ella había acumulado durante tantos años de trabajo, y que deseaba que su nieto lo encontrara para que pudiera disfrutar de aquella fortuna.

Cuando a Nicolás le comentaron esto, dijo que la suerte no era para el que la buscaba sino para el que la tenía, y en este caso, la suerte había sido para el mozo, quien de la noche a la mañana se convirtió en el hombre más adinerado de la región.

Sin embargo, es bueno tener bien claro que la suerte no existe, simplemente todo depende de nuestros actos. Si somos positivos, vamos a llegar a considerar que tenemos buena suerte, pero si somos negativos, nuestra supuesta suerte será siempre considerada como mala.

Un famoso pensador de nombre Orison Swett Marden, al referirse a la suerte, dijo: “La suerte no es más que la habilidad de aprovechar las ocasiones favorables”.

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