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Ingeniosas actitudes. Tema escrito por: Guilver Salazar

ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA

Ingeniosas actitudes. Tema escrito por: Guilver Salazar

vagabundoUna tarde del mes de diciembre del año pasado, decidí salir a caminar con la finalidad de distraerme y a la vez hacer un poco de ejercicio.  Salí de la Colonia Los Arcos como a eso de las cuatro de la tarde con la intención de finalizar mi recorrido en la Basílica del Santo Cristo Crucificado.  Cuando subía las gradas de la entrada que colinda con la cuarta avenida, observé que por una de las calles del parque de la Basílica venía un amigo de la infancia, a quien no veía desde ya hacía varios años, por lo que me detuve a esperarlo.

Después del saludo emocionado de rigor, nos sentamos en el cementado de una de las barandas que rodean el parque.  Naturalmente, la plática se inició con las preguntas de rigor: ̶  ¿Y qué te has hecho, vos?  Contame, ¿y tu familia cómo está?  Luego, entramos a recordar los viejos tiempos, y fue en ese punto en donde los minutos se volvieron horas.

Cuando ya eran las seis y media de la tarde, y estando casi por despedirnos, mi amigo me contó una anécdota familiar que me llamó mucho la atención, y que me pareció interesante guardar en la memoria para una ocasión como esta.

Resulta que este “cuate” tiene dos hermanos, una mujer que es la menor y un hombre que es el mayor.  Pues bien, el hermano mayor, por situaciones que no vale la pena mencionar, se había quedado únicamente con sus estudios de educación primaria, por lo que a temprana edad se vio en la necesidad de aprender un trabajo, para impedir que sus padres le echaran en cara que llevaba una vida de holgazán, y para agenciarse de algunos centavos que le permitieran darse algunos gustos.  Sin embargo, a la par de haber aprendido el arte de la sastrería, aprendió a “echarse los traguitos” cada fin de semana.  De esta suerte, llegó el momento en que el alcohol fue envolviéndolo en sus destiladas garras, al punto en que ya no solo tomaba el fin de semana sino que se “echaba” la quincena entera.  Finalmente, el vicio lo llevó a convertirse en un “bolito empedernido” que pasaba hasta dos meses “empinándose el codo”.

El hermano de mi amigo, en medio de las alucinaciones que le provocaba el alcohol, lograba darse cuenta del sufrimiento que le causaba a su esposa y a sus hijos, quienes pasan las horas en vela esperando a que él, hecho una piltrafa humana, tocara la puerta de la casa, al regresar de su visita nocturna, de la cantina más cercana.  Muchas veces, entre la conciencia y la inconciencia, podía escuchar el llanto de su esposa y los sollozos de sus hijos.  Pero, curiosamente, cuando lograba darse cuenta del daño que causaba, en su interior parecía activarse una especie de resorte que lo impulsaba a dejar de tomar.  Sin embargo, sabedor de que aquí en Esquipulas no lograría su propósito de parar de beber, porque los amigos estaban prestos a inducirlo nuevamente por el camino del vicio, era cuando él decidía marcharse rumbo a la capital de El Salvador,  en donde vivía el maestro que le había enseñado el oficio de sastre, y que siempre estaba dispuesto a ayudarle.

Antes de iniciar a pie el camino a San Salvador, el hermano de mi amigo reunía todas las botellas de vino que encontraba en los rincones de su casa; las lavaba, les quitaba la etiqueta, y luego las llenaba de agua; las echaba en una bolsa de pita; se despedía de su familia y emprendía el largo viaje.  Como no llevaba dinero, cuando sentía hambre se acercaba a la primera vivienda que encontraba y después de saludar a la dueña de la misma, le decía: ̶  Señora, fíjese que yo vengo de Esquipulas y voy para San Salvador.  Llevo ratos de caminar y tengo hambre, pero no tengo dinero.  Usted no sería tan amable de regalarme un tiempo de comida, yo le voy a dar a cambio esta botella de agua bendita que traigo de la Basílica de mi pueblo.

La gente, al escuchar lo que contenía la botella, rápidamente pensaba en las bondades espirituales que representaba el agua bendita de Esquipulas, por lo que, con amabilidad y entusiasmo, corrían a servirle el tiempo de comida que pedía aquel extraño viajero.  De esa manera, repartiendo botellas de la supuesta “agua bendita” por todo el camino, nuestro paisano lograba llegar a su destino.

Al cabo de dos meses, volvía a Esquipulas con una serie de regalos y ropa para sus hijos y esposa, pasando a veces hasta un año en sobriedad.

Esta anécdota nos hace pensar no sólo en esas extrañas actitudes, propias de la naturaleza humana, sino también comprender que muchas veces los seres humanos echamos mano de nuestro ingenio y capacidad, únicamente cuando tenemos la necesidad de alcanzar algún propósito, obligado por las circunstancias.  Sin embargo, si ese ingenio lo pusiéramos en práctica en todo momento, sin lugar a dudas nuestra vida se vería llena de importantes logros, porque Dios nos ha hecho seres sumamente inteligentes.

Dice la Biblia: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido”.  1ª. Corintios 2: 12.

 

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