Cuando se podía bromear Tema escrito por Guilver Salazar
ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA
Cuando se podía bromear. Tema escrito por Guilver Salazar
Allá por el año de 1976, después de salir de tercero básico del INBOICA, cinco compañeros decidimos seguir la carrera de magisterio, en el prestigioso y ya centenario Instituto Normal para Varones de Oriente INVO, de la ciudad de Chiquimula. Los cinco estudiantes normalistas éramos: Erwin Ardón Paredes, Julio Peralta Molina, Mario René Solís García, Gamaliel Sosa Buezo y este servidor.
El primer día en el INVO, fuimos recibidos con la tradicional bienvenida, en donde nos aplicaron el famoso bautizo a “los nuevos”, que consistía en “trasquilarles” el cabello a los estudiantes de cuarto magisterio, obligándolos a visitar una barbería para que les pasaras la rasuradora número cero, o con suerte: la número uno.
A pesar de que estábamos en un período de adaptación, dado al cambio de Establecimiento, la nueva carrera, el clima caluroso de la Perla de Oriente, los nuevos compañeros y hasta los cambios hormonales, pudimos conservar nuestra manera particular de ser y nuestra sólida amistad, la cual se mantiene hasta nuestros días.
Pues bien, resulta que hubo un compañero a quien no le afectó en lo absoluto los cambios señalados anteriormente. Este compañero era Gamaliel Sosa, quien siguió siendo el patojo inquieto y “molestón” que nosotros conocimos en el básico. De esa cuenta, una mañana, mientras recibíamos la clase de Pedagogía, impartida por el profesor Raúl Antonio Aguirre, Gamaliel, quien se había sentado en un pupitre atrás del mío, comenzó a picarme las costillas con un lápiz. La primera vez, solo volví la mirada, fruncí el ceño para indicar mi molestia, y seguí poniendo atención a la interesante clase. Unos segundos después, volvió a “puyarme”. En esta ocasión, le pedí que me dejara tranquilo, pues no estaba de humor para soportar sus bromas. Gamaliel, por su parte, sólo sonrió. A la tercera vez, ya bastante molesto, le amenacé con hacerle pedazos el lápiz, si insistía en molestarme. Él, volvió a sonreír. Finalmente, a la cuarta vez, me volví muy enojado, y aprovechando que el catedrático estaba escribiendo en la pizarra, le arrebaté el lápiz, y sin decir nada, lo hice tres pedazos, y se lo lancé al pecho. Gamaliel, en vez de molestarse, continuó riéndose. Cuando salimos de la clase, lo abordé para preguntarle por qué razón seguía riéndose, a pesar de haber quebrado su lápiz. Él, con su clásica sonrisa me dijo: ̶ Es que ese lápiz no era el mío sino el tuyo. Y antes de que pudiera reaccionar, ante semejante afirmación, Gamaliel salió corriendo, perdiéndose entre los centenares de jóvenes que estudiábamos en el INVO.
Las bromas de nuestra juventud, por muy pesadas que pudieran parecer, eran hechas sin mala intención, y jamás hubo ningún distanciamiento con nuestros compañeros por este motivo.
Actualmente, las cosas han cambiado mucho, al punto que hasta resulta peligroso hacer una broma, considerando que muchas personas se mantienen con trastornos de ansiedad y a la defensiva, por el estrés que provoca la agitada vida moderna, o por la psicosis provocada por la violencia que se experimenta a diario. De esta cuenta, una simple broma puede ser motivo para una enemistad, para golpear al bromista, o incluso, para quitarle la vida.
Afortunadamente, a nosotros nos tocó vivir la juventud, en una época en donde bromear, era una forma natural de convivir.