CUANDO NADIE DECÍA: ¡ALÓ! Tema escrito por Guilver Salazar
Actualmente, es común ver en nuestra ciudad a todo mundo haciendo uso de la telefonía celular, hasta niños de corta edad saben manejar bien estos aparatos que marcan la preferencia dentro de los medios de comunicación.
Sin embargo, en los años de mi niñez y juventud, los moradores de estas tierras nos comunicábamos por medio de cartas y telegramas, y nadie imaginaba que un día nos llevaríamos a la oreja este aparatito y diríamos: ¡Aló!
Resulta, pues, que una tarde del mes de abril de 1976, me encontraba recostado sobre el quicio de la puerta principal de mi casa. Constantemente movía la cabeza dirigiendo la mirada hacia los extremos de la calle, con la esperanza de ver aparecer al encargado de repartir la correspondencia. Estaba casi seguro de que ese día recibiría la respuesta a una carta que le había enviado a mi novia, hacía casi un mes. De pronto, cruzando de un lado a otro del Puente Grande, apareció la figura de aquel personaje conocido como “el cartero”, llevando en las manos parte de la correspondencia que debía entregar. Mi corazón se aceleró cuando lo vi encaminar sus pasos hacia donde me encontraba. Me saludó amablemente, revisó las cartas con cierta ligereza, y luego dijo, mientras me mostraba una carta: –Disculpe, caballero, ¿conoce usted a esta persona? Aquellas palabras las recibí como un balde de agua fría; sin embargo, cortésmente le señalé el domicilio de mi vecina. Luego, sin perder la esperanza, le pregunté: Y para mí, ¿no lleva algo? Él sonrió, al tiempo que preguntaba mi nombre. Luego volvió a revisar y, de pronto, se detuvo como a mitad del paquete, extrajo un sobre y dijo: –Tiene suerte; hay una carta para usted. Una emoción indescriptible invadió mi ser. Después de agradecerle, ingresé a mi vivienda, me encerré en mi habitación y me dispuse a leer con ansiedad, la tan esperada carta de amor.
Si usted vivió en la Esquipulas de aquellos años, probablemente también, alguna vez, le sucedió algo parecido.
Era una época, si usted quiere, de mucho atraso en cuanto a este tipo de comunicación, pero nadie negará lo emocionante que resultaba recibir una carta, una encomienda, un telegrama, una tarjeta navideña o una postal del amigo o familiar que deseaba mostrarnos cómo era el país a donde se había marchado. Todo este tipo de correspondencia y encomiendas llegaban a través de Correos y Telégrafos de Guatemala, institución que formó parte vital de la comunicación postal y cablegráfica de nuestros pueblos, desde que fue creada por decreto gubernamental en 1836.
Acá en Esquipulas, la primera oficina de Correos y Telégrafos se instaló en la casa del licenciado Guillermo Recinos, pegado al parque central, luego se trasladó a la casa de doña Carmelina Cáceres, ubicada frente al gimnasio municipal, posteriormente estuvo frente a la casa de don Chema Rosa, luego en casa de don Emerio Barillas, hoy liceo Esquipulteco, después se trasladó a la casa en donde se ubica el Restaurante La Nueva China, para luego ubicarse en casa de doña Rosa Arriaza, y finalmente en el edificio en donde actualmente funciona El Correo, Frente a la Policía Nacional Civil. Esta histórica institución desapareció allá por el año de 1998.
Muchas personas laboraron en ella, dentro de las cuales me permito mencionar a: Fernando Fernández, Gabriel Vidal, Jorge Ponce, Adrián Ruiz, Arturo Juárez, Bernardino Martínez, Daniel Erazo, Víctor Martínez, Oscar Morales, Bernardino Cerón, José María Medrano, Mariel Salazar, Víctor Méndez, Fernando España, Santiago Palomo, Calixto Martínez, Estanislao Fabián, Jonás Verbena, Gabriel Ramos, Manuel Vides y Clemente Hernández, entre otros.
De las múltiples visitas que hice a mi hermano, Mariel Salazar, en su oficina de Correos y Telégrafos, recuerdo algunos detalles interesantes que formaban parte de aquel antiguo sistema de comunicación. Por ejemplo: los telegramas eran enviados por vía cablegráfica, usando un aparato transmisor y un código: el de puntos y rayas inventado por Samuel Morse. Pero imagínese como era de anticuado este sistema que, cuando se interrumpía la comunicación entre dos municipios, enviaban a los llamados “celadores de líneas” para que localizaran el desperfecto. Ellos recorrían a pie, de un municipio a otro, revisando cuidadosamente uno por uno cada poste, hasta detectar el problema. Y esto no es nada. Cuando se transmitían telegramas por los primeros teléfonos de línea, se vivía una verdadera odisea para hacerse escuchar a través de estos aparatos. El encargado de transmitirlo iniciaba gritando, por ejemplo: “!Oloooopa!, ¡Oloooopa!, ¡Me escuuuuchaaa! Cuando finalmente era escuchado, le dictaba, siempre a gritos, el contenido del mensaje, de tal suerte que todos los vecinos que pasaban frente a la oficina, a esa hora, se enteraban de su contenido antes que su destinatario. ¡Qué tiempos aquellos!
Ahora todo es diferente, más rápido, versátil y moderno, con tecnología de punta. Sin embargo, en su momento, fue el medio que todos usamos para comunicarnos con nuestros seres queridos.
Seguramente cuando desapareció Correos y Telégrafos, esta institución ya era obsoleta, por lo que el modernismo la condenó a formar parte del pasado histórico de nuestros pueblos; ese pasado al que nos aferramos y que no queremos olvidar.
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