UNA FIESTA PATRIA, YA LEJANA tema escrito por: Guilver Salazar
Justamente, cuando se conmemoraba el 145 aniversario de independencia nacional, yo disfrutaba de esta celebración, como alumno de la Escuela Nacional Mixta “Pedro Nufio”. En dicho Establecimiento, se celebraba también el aniversario de la Escuela, el día 14 de septiembre. Por cierto, durante esta festividad, por la mañana se llevaba a cabo una serie de actividades recreativas y deportivos, como carreras de encostados y quiebra de piñatas, así como una especie de olimpiadas deportivas; y al mediodía, un almuerzo en el que repartían caldo de res y carne azada, pues mataban una novilla obsequiada por las autoridades municipales o por algún vecino “pudiente”. A esto hay que agregar que, por la tarde llegaba el fuego de la libertad, el cual era traído por estudiantes de sexto grado, desde la cabecera municipal de Quezaltepeque o Concepción Las Minas, y por la noche se desarrollaba un programa cívico cultural, que incluía dentro de los puntos, una obra de teatro alusiva a las festividades o una divertida comedia.
Ese año, yo acompañé a mi hermano mayor a traer la antorcha. Recuerdo que todos los estudiantes abordamos un camión, como a eso de las cuatro o cinco de la mañana. Dicho vehículo se detenía a cada kilómetro para dejar a un estudiante en la carretera. Mi hermano fue uno de los primeros en descender, ya que fue bajado como a tres kilómetros de Esquipulas. Como se quedaban solos en la carretera, algunos acostumbraban a llevar a un hermano para que les hiciera compañía, como en el caso mío.
Aconteció que cuando se escuchó el bocinazo que dio el camión para advertir a los estudiantes de su llegada, vimos acercarse a un alumno de sexto con la antorcha. Cuando llegó a donde estaba mi hermano, le entregó la antorcha y subió al camión. Yo también abordé el vehículo, pues como repito, solo había ido a hacerle compañía a mi hermano. Cuando ingresamos a Esquipulas, a la altura de donde se encuentra la famosa “Y griega”, uno de los maestros que acompañaba al grupo de “antorcheros”, pidió que descendiéramos todos los que íbamos en el camión, para servir de escolta a quien entraría a la población con el fuego de la libertad. Yo descendí emocionado, pues, aunque sería quizá unos cuatrocientos metros, los que debíamos correr para llegar a la Escuela, el hecho de acompañar a los alumnos de sexto grado, portando el fuego patrio, me hacía sentir orgulloso y feliz.
Cuando llegamos a la escuela, fuimos recibidos con aplausos, cohetes y música de marimba en vivo. Yo, empecé a sentirme un héroe. Y la emoción me ganó, al punto que empecé a fingir que sudaba copiosamente, por lo que sacaba mi pañuelo y hacía como que me secaba el sudor. También me tiré al piso del corredor y movía las piernas como si las tuviera adoloridas. Pero toda esta “pantomima” la hacía, no solo para llamar la atención, sino para que los encargados de la comisión de refrigerio, me regalaran un delicioso “cuquito” de fresa. Y, de hecho, mientras más muecas hacía, más cuquitos recibía.
El siguiente día, fue quizá el más feliz. Por primera vez, participaría en el desfile cívico escolar. Para ello, había asistido durante los dos meses anteriores, a los ensayos que se llevaban a cabo, todos los sábados, frente a la Escuela, en el lugar denominado “Campo de San Sebastián”, ahora Campo de la Feria.
Ese quince de septiembre, los alumnos lucíamos un uniforme blanco, con una chaqueta que llevaba unos cordones de color azul, amarillo y rojo, sujetados a unos botones dorados. En la cabeza portábamos una gorra, como esas que usan actualmente los policías nacionales, con la diferencia de que era de color blanco, y llevaba en la parte frontal una especie de penacho de color azul. El traje se completaba con unos guantes blancos. A esto debo de agregar, que yo también estrenaba mi primer par de zapatos.
En el desfile, los alumnos de sexto grado iban vestidos de igual manera, con la diferencia de que portaban unos fusiles de madera, que llevaban una especie de aldabones de metal, los que hacía un ruido especial cuando los maniobraban.
Cuando enfilamos por la Calle Real, y vi que toda la gente se aglomeraba sobre las banquetas, sentí una sensación de gozo y orgullo patriótico que no me cabía en el pecho.
Fue hermoso pasar marchando por aquella calle de tierra, que lucía adornada, en los costados, por pequeñas ramas de pino sembradas en la tierra. Y sobre la calle, una alfombra de pino “despenicado”, con retazos de papel china, de color blanco y azul.
Ese 15 de septiembre, por la noche, cansado y con tremendas ampollas en los pies, quise acostarme a dormir con el pantalón, la camisa y la chaqueta blanca que usé en el desfile, pero mi padre no me dejó. Sin embargo, él no pudo evitar que soñara con aquella festividad tan especial, la que guardo como uno de los recuerdos más hermosos de mi vida escolar, y que revivo cada vez que Guatemala celebra, con la música de sus marimbas y sus hermosos símbolos patrios, con el sonar de cohetillos y el júbilo de quienes portan el fuego patrio, con los vistosos trajes en desfiles coreográficos y las alegres bandas escolares, un aniversario más de aquella gesta gloriosa, que le permitió romper las cadenas que le unían a la corona española.
Por ese bendito día, que llena mi vida de aquellos hermosos y nostálgicos recuerdos, y por el significado de aquella gesta patriótica, con emocionada voz grito a los cuatro vientos: ¡Que viva por siempre, Guatemala!