Lo escuché en el Puente Grande. Tema escrito por Guilver Salazar.
ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA
Lo escuché en el Puente Grande. Tema escrito por Guilver Salazar.
La reciente celebración del día mundial del planeta, motivó a diferentes medios de comunicación, a publicar una serie de reportajes nada halagadores para la sobrevivencia humana, lo que me hizo recordar una plática que escuché, a un pequeño grupo de personas ya de edad, cuando apenas tenía unos diez años.
Resulta que a mi padre le gustaba ir los fines de semana a sentarse al Puente Grande, para ver pasar a una que otra persona que se movilizaba por la Calle Real. Sin embargo, él no era el único que tenía esa costumbre, ya que a ese lugar también acudían don Ubén Lemus, don Nacho Mejía, don Rosendo Argueta, don Jesús Lemus, don Trine López, entre otros vecinos cercanos.
Cuando se juntaba el grupito de señores, la plática se volvía muy amena e interesante, ya que cada cual traía a su memoria diferentes recuerdos. Algunos hablaban de las muchachas que en su momento habían enamorado. Otros, de los sucesos curiosos ocurridos en su vida. No faltaban también las narraciones de fantásticos viajes a diferentes lugares y, en ocasiones, salían a relucir los temas que terminaban por arrancar un par de carcajadas.
Pues bien, un día de tantos, sentado junto a mi padre a un costado del muñecón, sucedió que se acercaron tres señores con la finalidad de realizar su acostumbrada tertulia. De pronto, llegó hasta ellos otro vecino, quien no tardó en lanzarles la siguiente pregunta: ̶ Según ustedes, ¿cuándo se va a acabar el mundo? Los tres señores parecieron enmudecer. Pero después de un momento de silencio, aprovechado quizá para meditar sobre la mejor respuesta, uno de ellos dijo: ̶ Yo pienso que el mundo se va a terminar cuando la gente vaya de un lado para otro.
Todos los señores volvieron a guardar silencio, como tratando de entender aquella aseveración. Pero, unos segundos después, otro de los vecinos dijo: ̶ Para mí, el mundo se acabará cuando los hombres vuelen o caminen sentados, y todos los terrenos se partan.
Aquella nueva sentencia volvió a dejar mudos a los que la habían escuchado, y nuevamente trataban de descifrarla. Sin embargo, el espacio de mudez concluyó cuando el tercer vecino dijo: ̶ El mundo se va a acabar cuando la gente agarre fuego. El interrogador los miró con incertidumbre y aflicción, pues la mirada fija y penetrante de aquellos hombres, aseguraban que sus palabras eran una especie de predicciones apocalípticas.
Mi padre y yo, ubicados a unos dos metros de aquel grupito, también nos quedamos callados y pensativos. Pero, finalmente, ellos mismos decidieron cambiar de tema, pues les pareció que la plática no era muy amena, que digamos.
Para este servidor, fue necesario que transcurrieran muchos años para poder encontrarle sentido a las afirmaciones, que en aquella ocasión escuché en el Puente Grande. Y fue precisamente hace unos pocos años, cuando hablando nuevamente del fin de la humanidad, recordé lo dicho por aquellos señores, por lo que, a la luz de los tiempos modernos, fui encontrando sentido a sus predicciones. Pienso que aquel anciano que aseguró que el mundo se acabaría cuando la gente vaya de un lado a otro, se refería al momento en que la Tierra esté súper poblada, y que por la misma cantidad de gente, ya no sea posible producir los alimentos necesarios para tantas personas. Esta deducción la corroboran las predicciones que indican que para el año 2050, diez mil millones de habitantes poblarán nuestro planeta. La otra afirmación: que el mundo se acabaría cuando los hombres vuelen o caminen sentados, y cuando todos los terrenos se partan, se refería al invento del avión, a los automóviles y a la apertura de innumerables carreteras. Y la última afirmación, de que todo acabaría cuando el hombre agarre fuego, seguramente se refería al calentamiento global que cada año va en aumento.
Si aquellos abuelos tenían razón al afirmar estas cosas, entonces nosotros estamos viviendo los umbrales del final de nuestro bello planeta azul, habiendo aportado todos, un granito de arena en la carrera de su destrucción. Naturalmente, los que han explotado los recursos naturales y han contaminado los caudales de agua, porque han creído que a este mundo vinieron a amasar riqueza, son los mayores culpables de esta debacle. Y está claro que no van a dejar su ambición, aunque vean que ya les llega el agua al cuello, el día en que se derritan los polos.
La Tierra pide a gritos que le echemos una mano, y todos estamos obligados a prestarle el mejor auxilio, no porque seamos buenos samaritanos, sino porque es la única casa que tenemos, y porque las consecuencias de nuestra insensatez son cada día más evidentes.