La curandera. Tema escrito por Guilver Salazar
ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA
La curandera. Tema escrito por Guilver Salazar
Hace ya un buen número de años, llegó a radicarse a la ciudad de Chiquimula, una pareja de esposos a quienes todos conocían como don Carlos y la Chabela, esto debido a que el esposo era unos cuantos “abriles” mayor que ella. Por cierto nadie supo su lugar de origen, pues más bien la gente se conformaba con saber, que don Carlos era una especie de “mil usos”, ya que a pesar de no tener una profesión u oficio reconocido, se animaba a componer cualquier desperfecto que hubiese en las casas. Mientras tanto la Chabela, se dedicaba a elaborar tortillas para la venta, y a los oficios propios de la modesta casa que alquilaban.
Pues bien, cinco años después de haberse instalado en la calurosa tierra de la Perla Oriental, la Chabela empezó a sentirse desesperada por la precaria situación económica en que vivían. Así que, una noche del mes de marzo, empezó a darle vueltas al asunto, tratando de encontrar una solución. Sus pensamientos le fueron quitando el sueño, al punto que pudo escuchar cada tic tac, del viejo reloj que le había regalado don Carlos, aquel día en que ambos dispusieron consolidar su relación de marido y mujer.
Como a eso de las cuatro de la mañana, mientras don Carlos roncaba plácidamente, la Chabela se levantó con sigilo, y tomando su vieja maleta de cuero, la que llenó con todos los trapos que encontró a la mano, se marchó con rumbo ignorado, abandonando al hombre que hasta ese día había sido su marido.
Para don Carlos fue un golpe sentimental muy fuerte, pero gracias a su madurez, poco a poco logró superarlo, sobre todo porque comprendió que la Chabela, siendo más joven, tenía otras aspiraciones, las que él no estaba en capacidad de complacer.
Diez años más tarde, enfermó Jacinta, la única hermana de don Carlos, por lo que él decidió recibirla en su casa, con la intención de ayudarle a que visitara a los mejores médicos de Chiquimula, con la esperanza de encontrar alivio a su mal. De ese día en adelante, Jacinta anduvo de médico en médico, de laboratorio en laboratorio, y de farmacia en farmacia, haciendo todo cuanto le fue prescrito. Sin embargo, su mal parecía no tener remedio.
Una mañana, cansada de esta situación, Jacinta le dijo a don Carlos que seguramente lo que ella tenía era un “mal hecho”, por lo que le pidió que la llevara con una curandera de Coatepeque, Quetzaltenango, que a decir de otras personas, era muy buena. Don Carlos, a pesar de no creer en esas cosas, con el afán de complacer a su hermana, decidió acompañarla a dicho lugar.
Cuando llegaron, preguntaron por la casa de la curandera “Jazmín”, la que fue fácil de localizar porque “todo mundo” la conocía. Al llegar, se apuntaron con la secretaria, quien les indicó que la consulta valía cincuenta quetzales y que además debían entregar una gallina negra, la cual podían comprar a un costado de la clínica. Asimismo, puso a sus órdenes el comedor de enfrente, por si necesitaban mitigar el hambre.
Don Carlos y Jacinta fueron a dicho comedor a desayunar, y minutos más tarde compraron la gallina negra que les había pedido la secretaria. Sin embargo, como ya había cinco pacientes esperando turno, decidieron sentarse en las sillas de madera que estaban en la salita de espera. Al poco tiempo, cuando aún quedaban tres personas por pasar, don Carlos sintió la necesidad de ir al baño, el cual quedaba en la parte de atrás de donde atendía la curandera. Después de orinar, se acercó a una pila para lavarse las manos, y en ese punto se dio cuenta que había una ventana que daba a la habitación en donde la curandera atendía a sus pacientes. Por curiosidad, se subió al lavadero de la pila y se asomó por la ventana, llevándose la enorme sorpresa de que la curandera Jazmín era, ni más ni menos, que la Chabela, su ex mujer. Ella, volvió la mirada a la ventana y de inmediato lo reconoció. Por lo que, aprovechando la salida del paciente que atendía en ese momento, le suplicó a don Carlos que lo esperara, ya que quería contarle lo bien que a ella le estaba yendo con aquel negocio, el que ella misma calificó de “redondo”, pues además del pago de la consulta y la venta de las supuestas medicinas, también vendía las gallinas negras, las que finalmente iban a parar al comedor, para preparar los alimentos que sus mismos clientes consumían.
Don Carlos, sin salir de su asombro, se bajó presuroso de la pila para luego entrar corriendo a la sala de espera, y sin dar mayores explicaciones, tomó del brazo a su hermana Jacinta, para luego emprender el viaje de retorno a Chiquimula.
Muchas veces, la necesidad de encontrar alivio a nuestros males, nos hace confiar en cualquier persona o en cualquier tratamiento, sin imaginar que podemos caer en las garras de charlatanes, que aprovechándose de este tipo de situaciones, o de la ingenuidad de las personas, logran hacer, como en este caso: su agosto en pleno mes de marzo.