Escapando de la realidad. Tema escrito por Guilver Salazar
ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA
Escapando de la realidad. Tema escrito por Guilver Salazar
Hace algunos años, un veintiuno de julio por la noche, cuando en Esquipulas se inauguraba las Fiestas Julias, la algarabía del pueblo se experimentaba alrededor de la Iglesia Parroquial, después de terminada la misa. Las bombas de mortero y los cohetes de vara explosionaban bullangueros, iluminando el cielo oscurecido. La gente reía y hacía esfuerzos para hacerse escuchar, ante la bulla de los vendedores de “chucherías” instalados por todos lados, la música que sonaba en el quiosco y que servía de marco a la investidura de la Flor de las Fiestas, y los niños que gritaban y corrían de un lado a otro para evitar ser quemados por los toritos de fuego.
Sucedió que, como a eso de las nueve de la noche, por la segunda calle, aledaña a la antigua Municipalidad, venía con paso lento un vecino de aldea Cruz Alta. Era un campesino de sombrero, caites y bolsa de pita, que con la intención de distraerse un poco, había recorrido el camino de terracería que conducía al Centro Histórico de la ciudad. Y sucedió, que cuando pasó frente al Gimnasio Municipal y escuchó la música que salía de su interior, se detuvo un momento, y pensando que valía la pena entrar en aquel recinto, se dirigió hacia su interior. Pero cuando estaba a punto de llegar a la parte en donde inicia la cancha, fue detenido por dos hombres que le exigieron el boleto que autorizaba su ingreso. El campesino les dijo que no sabía que se pagaba para entrar, por lo que fue conminado a abandonar el lugar, advirtiéndole que si quería entrar debía comprar su boleto en la ventanilla exterior. Antes de salir, el señor preguntó por el valor de la entrada, la cual, en aquel entonces tenía un costo de diez quetzales.
Cuando estuvo afuera, dirigió la mirada hacia la ventanilla de los boletos, se metió la mano derecha a la bolsa del pantalón, y sacando varias monedas procedió a contarlas. No tardó en darse cuenta de que no le alcanzaba para comprar un boleto. Esta situación le hizo sentirse un tanto triste, por lo que, para acabar con aquella melancolía, encaminó sus pasos a la cantina que atendía doña Carmelina Cáceres, y después de empinarse un octavo de “Barrilito”, salió de aquel lugar escupiendo y tambaleándose, pero sintiéndose feliz y lleno de valor, mientras agitaba el sombrero a diestra y siniestra, y pegaba gritos que eran opacados por la música que invadía el ambiente.
Con pasos inestables se encaminó hacia uno de los frentes del Parque Central, en donde Carlitos Marroquín y su marimba, amenizaba el concierto dedicado a las personas que, por alguna razón, no habían asistido al baile social. Aquel aviso, le hizo recordar al campesino que él era uno de ellos. Razón por la cual, procedió a quitarse uno de los caites de correa que calzaba, se lo introdujo en el brazo izquierdo a la altura del codo, y encogiendo un poco el brazo, cerró los ojos para imaginar que estaba acompañado de la más hermosa dama esquipulteca, y empezó a bailar mientras gritaba: ¡ayayay chuchita cuta…, aquí está tu mero, mero!
Todos los presentes en el concierto dejaron escapar sonoras carcajadas y gritos, ante aquel genuino espectáculo que brindaba nuestro desconocido campesino.
En realidad, no sé cuál fue el final de aquella estampa, pero lo que sí sé, es que nuestro campesino cumplió su sueño de “echarse” la bailadita en la inauguración de nuestras fiestas patronales.
Y es que muchas veces, hay personas que ante la imposibilidad de cumplir un deseo o de resolver un problema, por cuestiones de posición social, estado físico, falta de dinero, de incapacidad profesional o laboral, o cualquiera otra razón, recurren al alcohol u otra droga para ahogar en la misma, su carencia o impotencia, sin ponerse a pensar que aquello sólo es una momentánea válvula de escape, y no una solución.
Si bien es cierto que no podemos tener todo en la vida, también es cierto que nuestra existencia es como una enorme escalera, y para alcanzar lo que queremos hay que subirla con pasos reales y firmes, sin olvidar que cada quien se queda en el escalón que prefiere.