Don Santiago tacaño. Tema escrito por Guilver Salazar
ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA
Don Santiago tacaño. Tema escrito por Guilver Salazar
La mañana había amanecido fresca, y desde muy temprano, la mayoría de los mozos de la hacienda “Río Grande”, propiedad de don Santiago Cañas, se dirigían a sus labores: unos a los llanos de ordeño, otros a los campos de cultivo de maíz y frijol, un pequeño grupo a los huertos de hortalizas y un grupo mayoritario a las fincas de café. Los cincuenta mozos iban encabezados por Antonio Cañas, el único hijo del hacendado. Entre tanto, don Santiago aún roncaba plácidamente entre el poncho momosteco, que alguna vez le regaló su difunta esposa doña Gertrudis.
En aquel sector, la mayoría de la gente aseguraba que don Santiago era un hombre muy tacaño, al punto en que muchas personas contaban, a manera de broma, algunas anécdotas de este sexagenario señor, tratando de retratar, en forma exagerada, las ocurrencias de don Santiago para economizar algunos centavos, a pesar de que era el más rico de la región. Por ello, era común que alguien asegurara que don Santiago tenía rótulos por todos lados. Uno de estos rótulos estaba en el sanitario, y el cual decía “eche el agua hasta que la taza esté llena”; otro, cerca de donde tenía un cántaro de agua, el cual rezaba: “No tome agua si no tiene sed”. Un rótulo más, al pie de un canasto que contenía frutas y que adornaba la mesa del comedor, y el cual decía: “la fruta se come hasta que suelta olor”.
La tacañería de don Santiago, lo llevó hasta el punto en que los lugareños se entretenían contando historias sobre su persona, como el caso que ocurrió un día con su hijo. Resulta que en una ocasión, llegaron a la casa de la hacienda un grupo de amigos de Antonio. Don Santiago, estuvo presto a invitarles a ingresar, y después de instalarlos en las sillas de cuero de vaca que tenía ubicadas en una especie de corredor, se puso a platicar con ellos. De pronto, uno de los muchachos dejó sorprendido al hacendado, cuando dijo: Don Santiago, ¿sabía usted que Antonio ha dicho que, cuando usted muera, no le va a comprar una caja sino que piensa enterrarlo en una bolsa de nylon? El hacendado palideció de la cólera, y sin ocultar su enojo, preguntó: ¿Eso les ha dicho ese mal agradecido? Los amigos, con un movimiento de cabeza, indicaron que la respuesta era afirmativa. Don Santiago, se sintió triste, pero al mismo tiempo comprendió que quizá su hijo tenía razón, pues su ejemplo de tacaño lo había llevado a pensar, que era mejor no gastar en caja, debido a que salía más barato el nylon. Justo en ese momento, ingresó Antonio, y don Santiago, un tanto arrepentido, aprovechó para abrazarlo y preguntarle si era verdad lo que sus amigos aseguraban. Sin embargo, el abrazo entre el padre y el hijo, le sirvió al grupo de amigos para escabullirse y, en precipitada carreta, desaparecer de aquel lugar para evitar la reprimenda de parte de ambos.
Como la tacañería de don Santiago había cobrado fama por toda la región, un grupo de pintores decidieron aprovecharse de esa situación. De esa cuenta, una mañana se presentaron a la casa del hacendado, llevando dos cajas de galones de pintura. De inmediato le comentaron a don Santiago, que ellos habían llegado provenientes de la capital, a pintar diez casas del pueblo, pero que les había sobrado pintura, y para no regresar con ella, habían pensado vendérsela a él, a mitad de precio. A don Santiago se le iluminaron los ojos, pero antes de hacer trato con los desconocidos, les pidió que sacaran todos los galones y que los destaparan para ver la pintura. Los tres hombres quitaron la tapadera de los galones, permitiendo que don Santiago observara que todos estaban llenos de pintura. Luego los volvieron a introducir en sus respectivas cajas. Finalmente, el hacendado pagó el precio cómodo que los extraños le pidieron, y mandó de inmediato a llamar a un pintor para que, un día después, iniciara a pintar su casa.
Cuando el pintor abrió el primer galón, procedió a introducir una paleta de madera con la intención de menear la pintura, pero al pretender tocar el asiento, comprobó que había algo que se lo impedía. En vista de esto, llamó a don Santiago y le explicó lo que estaba sucediendo. El hacendado le dijo que echara la pintura en otro recipiente, pero al hacerlo se dieron cuenta que el galón sólo contenía unos cinco centímetros de pintura. El resto estaba lleno de arena, recubierta por un pedazo de nylon que servía para impedir que la pintura se mezclara con la arena. Pronto, el pintor y don Santiago comprobaron que todos los galones estaban preparados de la misma manera, por lo que, furioso por el engaño, pasó varios días encerrado en su habitación, meditando sobre aquel desagradable acontecimiento, hasta concluir que el mismo, no sólo pretendía estafarlo, sino darle una merecida lección.
Por esta particular forma de ser del hacendado, la gente le había cambiado el apellido “Cañas” por el de “Tacaño”.
Realmente, no es aconsejable vivir apegado a la riqueza, porque esto produce la mayor de las cegueras: la del alma. Por ello, hay una frase muy interesante que dice: Oro, poder y riqueza, muriendo has de abandonar, al cielo sólo te llevas lo que das a los demás.