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Costaladas de aguacates. Tema escrito por Guilver Salazar

ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA

Costaladas de aguacates. Tema escrito por Guilver Salazar 

maxresdefaultCuando yo estudiaba la educación básica, siempre solía reunirme con un grupito de compañeros, con los que pasaba buena parte del día.  Solíamos reunirnos en el parque central, en el atrio de la iglesia, en la casa de uno de ellos, o en casa de  las hermanas Betlemitas radicadas en nuestro pueblo.

Varias eran las razones para llegar con frecuencia a la casa de estas religiosas.  En primer lugar, ellas nos tenían mucha confianza, pues éramos jóvenes sanos, sencillos, dedicados al estudio, y deseosos de participar en las cosas del Señor.  De esa cuenta, habíamos conformado un grupo musical con guitarras eléctricas, con la intención de cantar en las actividades religiosas de la parroquia.  Asimismo, acompañábamos a las hermanas en sus visitas a las comunidades rurales, ayudando con los cantos que entonaban en sus celebraciones.

La confianza entre ellas y nuestro grupo era tal que nosotros llegábamos a la casa de las monjitas como llegar a la nuestra.  Solo tocábamos el timbre, y las muchachas que trabajaban en la servidumbre, que nos conocían muy bien, nos hacían pasar de inmediato.  En muchas ocasiones nos sentamos a la mesa junto a ellas para disfrutar de una humeante taza de café y un par de panecillos.

En una ocasión, allá por el mes de junio de 1974, llegué a la casa de las Betlemitas en compañía de un amigo a quien todos le decíamos Chusito.  En ese momento las hermanas estaban en una reunión, por lo que decidimos esperar en el corredor ubicado frente al patio central, y en donde soplaba una sabrosa brisa que invitaba a contemplar extasiado la vegetación del lugar y el hermoso jardín que tenían plantado, en el que había una gruta de la Virgen María construida con piedras y cemento.

De pronto, fijé la mirada en uno de los frondosos árboles que estaban al otro lado de donde nosotros descansábamos plácidamente.  Se trataba de un árbol de aguate que estaba repleto de esta deliciosa fruta. Y aprovechando que estábamos solos, ingresamos al sector en donde estaba dicho árbol, comprobando que los aguacates ya estaban en su punto para cortarlos.

Cuando regresamos al corredor, las hermanas empezaron a salir de la reunión, lo cual aprovechamos para hablar con una de ellas sobre los aguacates.  Mi amigo Chusito, dirigiéndose a una hermana de nombre Azucena, le dijo:

̶  Hermana, fíjese que los aguacates del otro patio, ya están de cortar.  ¿Será que usted nos da permiso para venir a traer unos, mañana por la mañana?

La monjita, sin pensarlo dos veces, dijo:

̶ Con mucho gusto Chusito. Vengan a traerlos.

Al salir de la casa de las monjitas, mi amigo me dijo que llegáramos otro día a las diez de la mañana a cortar los aguacates, y que no me preocupara si no tenía en qué llevarlos, ya que él traería una bolsa de su casa.

Y efectivamente, al siguiente día, ambos llegamos a la casa de las Betlemitas cuando faltaban cinco minutos para las diez.  Pero antes de ingresar, le pregunté a mi amigo si había traído la bolsa para echar los aguates.  Él me respondió:

̶  Fíjese que no encontré bolsa, pero traje estos cuatro costales; dos para cada uno.  Yo digo que aquí nos cabe un buen “puño” de aguacates.

Yo le respondí:

̶  Es que yo pensé que unos poquitos íbamos a cortar.

Entonces él contestó:

̶  Lo que pasa es que la mayoría ya están buenos, y lo mejor es aprovechar la oportunidad.  Después de todo, no creo que a las hermanitas les gusten tanto los aguacates.

Pero, como quien quiere y no quiere, empezamos a cortarlos.  Chusito se subió al árbol y yo los recibía para luego introducirlos en los costales.  Finalmente, como a eso de las once de la mañana, ya teníamos llenos los cuatro costales.  Y después de amarrarlos con una pita, nos los echamos al hombro para conducirlos hasta el corredor, y posteriormente sacarlos a la calle y encaminarnos a nuestra residencia.

Sin embargo, justo cuando llegábamos con el segundo viaje al corredor de la casa de las monjitas, se apareció la hermana Azucena, quien al ver los cuatro costales llenos de aguacates, con marcada sorpresa, dijo:

̶  ¡Dios mío!  ¡Qué hicieron ustedes!

De inmediato yo respondí:

̶  Cortamos los aguacates que usted nos regaló.

̶  Yo les dije que podían llevar unos cuatro o cinco aguacates cada uno, pero no cuatro costaladas.   ̶  Respondió la hermana muy preocupada.

Chusito y yo guardamos silencio.  Realmente, no supimos qué decir.  Luego la hermana agregó:

̶  Pero, no se preocupen, ahorita voy por una bolsa para regalarles unos cuantos, y el resto de aguacates vamos a ver si el conserje los logra vender en el mercado.

La hermana volvió de inmediato, y abriendo uno de los costales, sacó diez aguacates, los echó en una bolsa de nailon y nos los entregó.  Nosotros, bastante apenados, los recibimos y salimos en dirección a nuestra casa.

Cuando estábamos en la calle, empezamos a reírnos al pensar que trabajamos una hora en el corte de los aguacates, para que finalmente nos regalaran cinco a cada uno.

Querer aprovecharse de la bondad de los demás es una actitud común dentro de los jóvenes.  De ahí nace quizá aquel refrán que dice, que a veces nos dan la mano y nosotros nos agarramos el codo.

Y aun, consciente de que en nuestro corazón no existió ni siquiera una pisca de maldad o pícara intención, estoy convencido de que asumimos una actitud de exagerado abuso de confianza.  Y esto que digo fue comprendido por la hermana, ya que nuestra relación no se vio afectada en lo absoluto por aquella situación.

Una de las razones que provoca este tipo de abusos, es que los jóvenes nunca  piensan dos veces lo que van a hacer; más bien se dejan llevar por sus impulsos, lo que al final les trae consecuencias desagradables, que por lo general deterioran la buena relación de amistad con los demás.

Simón Bolívar dijo: “La confianza ha de darnos la paz. No basta la buena fe, es preciso mostrarla, porque los hombres siempre ven y pocas veces piensan”

 

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