LA PIEDRA DE LOS COMPADRES tema escrito por Guilver Salazar
Seguramente, al mencionar este nombre, una cantidad incalculable de personas se trasladará imaginariamente a este lugar, tan visitado por propios y extraños, el cual está ubicado a casi dos kilómetros de nuestra ciudad, sobre la carretera antigua que atraviesa la aldea Belén.
Asimismo, el nombre de la Piedra de los Compadres, trae a la memoria la ya famosa leyenda que dice: “Que dos compadres se encontraban descansando en este bello paraje. Su parentesco espiritual se había llevado a cabo en una ocasión anterior en que visitaron Esquipulas, y en donde el varón había apadrinado al hijo de la señora. La alfombra de grama y el susurro de los pinos que rodean el lugar, les invitó a acomodarse plácidamente. Posiblemente, la cercanía de sus cuerpos, en la soledad, y bajo el embrujo del paraje, hizo que el compadre deseara a la comadre y, aquella mujer, olvidando el parentesco se dejó seducir, por lo que la juventud de ambos los envolvió hasta cometer adulterio, que la moral y la religión condena. Y en el instante mismo en que se rompieron estos preceptos, los dos cuerpos quedaron petrificados, como testimonio de un legítimo castigo a su repudiable conducta, convirtiéndose así, en lo que hoy se conoce como: La Piedra de los Compadres”.
No se sabe con exactitud en qué año se originó esta leyenda, la cual ha ido pasando, en forma oral, de generación en generación, aunque también está escrita en algunos libros, como: Esquipulas, de Luis García, y Apuntes Históricos de Esquipulas, de don Vitalino Fernández Marroquín.
Pues bien, aconteció que el año pasado, tuve la visita de un buen amigo que ya hacía ratos no venía a Esquipulas. Una de sus inquietudes, después de ir a la Basílica, fue conocer, precisamente, la famosa piedra.
Con el mayor de los gustos me ofrecí llevarlo, a dicho lugar, utilizando como vehículo mi vieja motocicleta Bonus.
El camino fue para él un verdadero paseo, pues disfrutó de la vista panorámica sobre el valle de Esquipulas que, a la altura de Belén, se puede apreciar en todo su esplendor. Cuando llegamos a la piedra, mostró gran curiosidad por acercarse y tomarle algunas fotografías. Sin embargo, cuando se disponía a hacerlo, por alguna razón perdió el entusiasmo, a tal punto que ya no tomó ninguna instantánea. Inmediatamente después, se mostró interesado en el ritual que hacía un grupo de indígenas del occidente del país, quienes al compás de la música de una vieja marimba simple, elevaban sus oraciones al tiempo que quemaban granos de maíz, incienso, candelas y alcohol.
Cuando el ritual finalizó, mi amigo se acercó al personaje que parecía ser quien dirigía el acto, para preguntarle sobre el objetivo del mismo. El señor, amablemente le explicó que la Piedra de los Compadres era reconocida como un lugar ceremonial, para las culturas mayas, por lo que incinerar diferentes semillas era una forma de ofrecer a los dioses parte de lo obtenido el año anterior, pidiéndoles a la vez por una buena cosecha para el nuevo año.
Minutos más tarde, invité a mi amigo a disfrutar de un delicioso jugo de caña, el que saboreó con lentitud y placer, circunstancia que aproveché para preguntarle las razones que le impidieron tomar las fotos a la piedra.
̶ Pues, fíjese que, al observar con detenimiento las piedras me desilusioné. ̶ Dijo mientras volvía a tomar otro sorbo de jugo. Luego, agregó: ̶ Yo esperaba ver en ellas, bien definida, la anatomía del hombre y la mujer.
Queriendo opacar su desilusión, le expliqué, que lo interesante de La Piedra de los Compadres, además de ser un centro ceremonial, era que ambas piedras guardaban un misterioso y extraño equilibrio, a pesar de tener solo dos o tres puntos de contacto, y de haber soportado las inclemencias del tiempo y los temblores que a lo largo de los años han azotado a la región.
̶ Qué interesante. ̶ Dijo, mientras seguía saboreando el jugo de caña.
Yo le expliqué que había una tercera razón que convertía a la Piedra de los Compadres en un lugar a visitar.
Él respondió, mientras hacía una especie de círculo con los dedos índice y pulgar de la mano derecha: ̶ Quiere decir… que aún hay más.
Esto me hizo recordar la famosa frase de Raúl Velasco, conductor de televisión mexicana. Empero, fue en este punto, que yo le invité a subir a un pequeño bordo lleno de pinos que está ubicado atrás de las piedras. Cuando llegamos, le mostré una serie de pequeños grupos de piedras ordenadas, que formaban una especie de figuras. Luego, señalándolas, le pregunté si lograba entender qué tipo de figuras formaban aquellas piedras, a lo que él contestó:
̶ Estas parece que estuvieran formando una casa. Estas otras forman como un vehículo. Y aquí, me imagino que quisieron formar una carretera.
Yo manifesté estar totalmente de acuerdo con él. Luego le expliqué, que después del ceremonial de la piedra, y antes de retirarse, la gente subía a ese lugar, a formar con las piedras lo que ellos deseaban que se les concediera durante el año.
Mi amigo se mostró sorprendido, y casi de inmediato sacó su cámara y empezó a tomar fotos a diestra y siniestra: a las piedras que formaban figuras, al paisaje, a la Piedra de los Compadres, a los indígenas que hacían su ceremonia, a la vieja marimba, a las personas que sacaban el jugo de caña, etcétera.
Un día después, mi amigo hizo sus maletas para regresar a su tierra. Yo lo fui a dejar a la camioneta, y antes de abordarla me dijo:
̶ Sabe, de este viaje me voy muy contento, por cuatro razones: una, porque Dios me permitió, después de muchos años, regresar a Esquipulas. Dos, por mi visita al Cristo Negro y a su hermosa Basílica; tres, por haber compartido con usted y su familia momentos muy especiales; y cuatro, por haber conocido los misterios y curiosidades que encierra La Piedra de los Compadres.
Sus últimas palabras fueron acompañadas de un fuerte apretón de manos y de un abrazo que ratificó nuestra buena y duradera amistad.