Las famosas moliendas. Tema escrito por Guilver Salazar
ANÉCDOTAS Y REFLEXIONES DE FIN DE SEMANA
Las famosas moliendas. Tema escrito por Guilver Salazar
Era una tarde calurosa del mes de marzo, cuando uno de mis hermanos decidió asistir a una molienda, atendiendo la invitación que le había hecho un compañero de estudio. Ambos, tomaron el camino polvoriento que conducía al lugar en donde se encontraba la máquina, los bueyes y los mozos, listos para empezar con aquella folclórica actividad, en la que disfrutarían no solo del “trajín” que conlleva la fabricación del dulce de panela, sino de los diferentes productos que se obtienen del cocimiento del jugo de caña: caldo, miel, cachazas, espumas, batidos y melcochas, y por supuesto, de la alegría de los visitantes que, entre sorbo y sorbo, comparten sus anécdotas y chistes, provocando sonoras carcajada entre los asistentes a las famosas moliendas.
Cuando mi hermano y su amigo llegaron, aún era muy temprano para que se dieran todas estas vivencias, arriba descritas. De esa cuenta, solo encontraron a un par de mozos “jalando” sobre sus espaldas la caña, a tres patojos vecinos que jugaban en los promontorios de bagazo de caña, y al “pichachero” que llenaba de caldo el perol, usando una cubeta plástica.
Los dos amigos se sentaron a platicar, sobre un tronco de madera, esperando el instante en que la molienda “agarrara” su acostumbrado ambiente. Para ese momento, el “pichachero” ya estaba por terminar de llenar de caldo de caña el perol, mientras los tres patojos, aburridos de brincar sobre los promontorios de bagazo, habían decidido colgarse del volante, en donde se amarra la “yunta” de bueyes, para luego intentar hacerla girar como si se tratase de una rueda de caballitos, de las que llegan a las ferias de los pueblos.
Pues bien, sucedió que en uno de tantos intentos por darle vuelta al volante, los tres patojos finalmente consiguieron hacerlo girar, justo en el momento en que el “pichachero” se ponía de pie, después de haber cumplido con llenar de jugo de caña el perol. Sin embargo, al ponerse de pie, sintió que se iba de bruces, debido a que el volante le había golpeado la cabeza. Afortunadamente, aquel trabajador, tuvo la astucia de “agarrar” con las manos el volante, evitando caer al perol. Pero, a pesar del esfuerzo realizado, no le fue posible impedir, que su pierna derecha se fuera hasta el fondo de aquel enorme recipiente de hojalata.
Con mucha dificultad, el “pichachero” extrajo el pie del perol, y sintiendo que la bota de hule estaba llena de caldo, procedió a quitársela, y ante el asombro de mi hermano y de su amigo, el mozo vació dentro del perol el jugo de caña que contenía la bota. Luego, con toda la tranquilidad del caso, se la volvió a calzar. Casi de inmediato dispuso darle su merecido a los tres patojos, pero su intento fue en vano, ya que cuando se dirigió a ellos, los tres “ischocos” ya iban muy lejos.
Mi hermano y su amigo, después de contemplar aquella escena, decidieron pelar un par de cañas, y entre mordida y chupete, “matar” un poco el tiempo. Minutos después, los mozos le echaron fuego al perol, mientras los visitantes empezaron a abarrotar el recinto. Horas más tarde, todos disfrutaban de las cachazas, espumas y mieles, menos los dos amigos, quienes solo miraban comer a los demás con cierto grado de asquerosidad. Esto motivó, al dueño de la molienda, a convidarlos para que se acercaran a disfrutar de aquellos manjares, pero mi hermano y su amigo, recordando la acción antihigiénica del “pichachero” le agradecieron, indicándole que en ese momento se iban a retirar, porque debían cumplir con algunos compromisos de estudio.
Hay un refrán que dice: “Ojos que no ven… corazón que no siente”. El cual se puede aplicar en esta ocasión, a las personas que, sin saber lo sucedido con la bota del mozo, disfrutaron de aquellos dulces sabores. Y si bien es cierto que todo estaba bien cocido, también es cierto que la actitud del mozo, rompió con las normas de calidad e higiene, que debe tener cualquier producto comestible. Por ello, debemos tener sumo cuidado al adquirir productos de dudosa calidad. Para ello, es necesario observar lo que pasa en el entorno de donde se preparan o manipulan los alimentos, ya que si éstos no poseen las condiciones higiénicas para el consumo humano, su ingesta puede resultar muy dañina, e incluso mortal.