Personajes

LA CASONA DE DON MARIANO tema escrito por Guilver Salazar.

FOTO DE: JORGE VILLEDA

En la ciudad de Esquipulas aún existen casas que fueron construidas hace muchos años, especialmente en la parte que se ha denominado: Centro Histórico, que comprende la Parroquia, la Municipalidad y todas las casas que están alrededor de ellas, y el segmento de la tercera avenida que va del Parque Central al Puente Chiquito.  Desafortunadamente, algunas de estas viviendas, construidas de adobe y teja, han sido remodeladas, perdiendo con ello el toque romántico y el valor histórico que representaban.  En el peor de los casos, la mayoría han sido derribadas y en su lugar se han construido edificios de uno o más pisos, perdiendo totalmente la estructura arquitectónica que identificaba a Esquipulas de antaño.

Estas casas antiguas encierran en su interior mucha historia.  Algunas de ellas sirvieron como punto de reunión de grandes personalidades de aquellos años, otras  albergaron importantes oficinas públicas, y unas cuantas son conocidas porque en ellas se desarrolló algún evento extraño, fuera de lo común o sobrenatural.

Pues bien, frente a las oficinas de la actual Cámara de Comercio, existió una casona de esquina en donde hace muchos años se abrió por primera vez la farmacia “San Rafael”, la que era atendida por un señor llamado Mariano Morales.  Dicho vecino, además de vender los medicamentos que se exhibían en estantes de madera, examinaba con paciencia y vocación a cada uno de los pacientes que le visitaban, para luego recetarles, con acierto, los fármacos necesarios para curar sus males.

Don Mariano era un hombre de gran estatura, quizá el más alto de Esquipulas en aquellos años, de tez blanca, y  de fino trato. Generalmente se mantenía en la farmacia, la que constituía también su casa de habitación, esperando a que algún parroquiano le visitara.  Raras veces se le veía caminar por las calles empedradas de nuestra población, y cuando lo hacía, escogía especialmente la tarde o la noche.  Todos los vecinos de Esquipulas, de aquellos años, sabían que don Mariano padecía de una enfermedad en la piel, que le impedía recibir directamente los rayos del sol.

Aconteció, pues, que allá por el año de 1940, el cielo de nuestro pueblo pareció nublarse ante el presagio de la desgracia; y es que, este ilustre y muy querido señor, agobiado por sus males y, a lo mejor, por otras penalidades, tomó la nefasta decisión de ponerle fin a su existencia, dejando en quienes le conocieron, una honda tristeza por la estimación que se le tenía, y por los servicios médicos que prestaba a la población.

Años después, la casona de don Mariano fue abandonada por la familia. Únicamente doña Ángela Calderón, esposa del infortunado señor, venía de vez en cuando a revisarla, para asegurarse de que todo estuviera en orden, aprovechando para hacer la limpieza de la misma y algunos pequeños arreglos.

En una ocasión, doña Ángela, decidió solicitar los servicios de un carpintero y un albañil, para que se encargaran de reparar los daños en paredes, puertas y ventanas, causados por el abandono y el paso de los años.  El albañil contratado se llamaba Chilo Ágreda, y el carpintero: Marco Antonio Salazar López; mi padre.

Los trabajos de reparación se iniciaron de inmediato.  El ruido de la pala y el azadón que batía la mezcla, y el sonar del martillo, el serrucho y el cepillo del carpintero, parecían darle a la casona, esperanzas de una vida más larga.

Tres días después de iniciados los trabajos de reparación en la casona de don Mariano, como a eso de las cuatro de la tarde, entró un niño de unos ocho años de edad, atraído por los volcanes de serrín, de amarillo profundo, y por los trocitos de madera, milimétricamente cortados, y que estaban regados en diferentes puntos del piso.  El niño tomó los trocitos, y formando con el serrín una especie de caminos zigzagueantes, empezó emocionado a jugar de carritos.  Poco a poco, fue tomando confianza ante la sonrisa amable del carpintero y el albañil; por lo que, imaginando que su carro de madera recorría los más lejanos poblados, se adentró en otras áreas de aquella vetusta casona.  Sin embargo, minutos después regresó corriendo, con el rostro pálido y evidentemente alterado, mientras con dificultad gritaba: ̶  ¡En el patio hay un hombre!  ¡En el patio hay un hombre!

Mi padre trató de calmarlo.  Con cautela se acuclilló y, dándole un vaso de agua que de inmediato había traído don Chilo,  le preguntó: ̶  ¿Cómo es el señor que viste, hijo?

El niño, con gran dificultad, pero ya un poco más tranquilo con los sorbos de agua, respondió: ̶  Es un hombre grande, que estaba sentado en una silla y que tenía una pistola en la mano.

Don Chilo y mi padre cruzaron sus miradas; ambos estaban seguros que a aquel niño se le había aparecido el espíritu de don Mariano, ya que el día en que aquel apreciable señor tomó la fatal decisión, se acomodó en una silla perezosa que colocó en el patio principal de la casa, e introduciéndose el cañón de la pistola en la boca, se disparó.

Mi padre le pidió al pequeño que se llevara todos los trocitos que estaban a su vista, y que mejor se quedara jugando de carritos en su casa.  Naturalmente, aquel muchachito, por su corta edad, no comprendió la magnitud del suceso, pero evidentemente asustado, ya no volvió más a  la casona de don Mariano.

No hace muchos años, esta casa fue derribada, construyéndose en dicho espacio un edificio de cuatro niveles, en donde se encuentra abierta al público la cafetería Skfe.

No tengo conocimiento de que esta vivencia, contada por mi padre, se haya repetido en la actualidad. Seguramente se debe a que, el espíritu de don Mariano, desapareció el día en que su casona dejó de formar parte del hermoso Centro Histórico de nuestra ciudad.

ESCRITO POR: GUILVER SALAZAR para www.nuestraesquipulas.com

FOTO: JORGE VILLEDA

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *